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Si de ti no me acordara,
    ni te pusiera por encima de mi propia alegría,
    ¡que la lengua se me pegue al paladar!

Señor, acuérdate de los edomitas
    el día en que cayó Jerusalén.
«¡Arrasadla —gritaban—,
    arrasadla hasta sus cimientos!»

Hija de Babilonia, que has de ser destruida,
    ¡dichoso el que te haga pagar
    por todo lo que nos has hecho!

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